Al contrario de lo que ocurre con otras enfermedades infecciosas, la vacuna de la gripe hay que renovarla cada año. La causa está en la enorme variabilidad del virus, y en que los medicamentos que desarrollamos hasta ahora —y por unos años todavía— se basan en unas partes de este que cambian con mucha facilidad. Es su mecanismo para escapar a la presión que le someten nuestros anticuerpos cuando aprenden a combatirlo. Por eso, cuando el virus muta o una nueva variedad entra en circulación, hay que volver a vacunarse. Para combatir esto, que es una lata y un gasto, la idea es encontrar partes inmutables en la superficie del patógeno que puedan ser identificadas por el sistema inmunitario y que este aprenda a combatirlas para siempre. Es el primer e imprescindible paso para evitarse el pinchazo anual. Y —esta es la noticia— eso parece que está más cerca.
La clave de un trabajo que ha publicado la revista Science es que los investigadores han cambiado el objetivo. En vez de hacer vacunas para las partes más variables de las proteínas de la cubierta del virus, han ido acotando hasta que han encontrado una de estas zonas que es fija. No se sabe por qué ocurre así, si es que es más importante para el patógeno (y por eso está más protegida ante cambios) o al revés, que como influye poco está menos sometida a la presión evolutiva. Para localizar estas regiones han tomado anticuerpos de personas a las que previamente se han inyectado virus de distintos tipos de gripe. Y, de su sangre, han sacado los anticuerpos (las células del sistema inmunitario que se crean como sistema de defensa y cuya educación y estimulación es la clave de las vacunas). Pasando ya el ensayo a ratones, han utilizado estos anticuerpos con otros tipos de virus. Y así han seleccionado los más versátiles, los que tienen propiedades protectoras contra más patógenos.
Es un trabajo de selección importante. Como se empeña en demostrarnos cada invierno, la gripe es un virus cambiante. De ahí surge esa sopa de letras en que se convierte cada temporada la identificación e información de los especímenes que van a circular: AH1N1, AH5N1, AH3N2... Los últimos sustos que esta enfermedad infecciosa ha dado nos han hecho casi unos expertos en su galimatías.
Esta especie de juego de los barcos es el intento de definir exactamente qué virus está circulando, que es del que debemos protegernos. A grandes rasgos, hay dos tipos de patógeno, el A y el B, que a su vez se subdividen en varias clases. El B lo hace básicamente en dos. El A es más complejo. Hay 15 variedades de hemaglutinina (la H de los nombres) y 9 de la neuraminidasa (la N). En total, si se toman dos virus a y uno B para las vacunas, salen 18.090 posibilidades.
Para evitar este cansino repetir del proceso cada año (escoger los virus, incubarlos en huevos, romperlos, seleccionar los trozos de las proteínas y meterlos en viales) es para lo que sirve que haya una vacuna universal. En concreto, los investigadores han identificado tres partes de la hemaglutinina que no varían de un tipo de virus a otro. A esa zona se le llama epítope (o epítopo, todavía no hay un nombre estandarizado). A cada uno corresponde un anticuerpo. Pero de ellos —y para no llenar esto de siglas— hay uno especialmente significativo, el CR9114.
En él está la clave del trabajo. Porque los investigadores han hecho el mismo ensayo dos veces, uno con virus de tipo A, que ya hicieron público, y otro —el que publican ahora— con los de tipo B. Y la sorpresa ha sido que en los dos trabajos se repite una combinación epítope-anticuerpo, la del CR9114. Es, por tanto, la diana perfecta. Como concluye el artículo de Science: “En concreto, una vacuna que produjera anticuerpos que tuvieran como objetivo el epítope CR9114 puede proporcionar la meta definitiva de una protección contra los virus A y B”.
La idea, esbozada a varios expertos que no quieren comentarla en detalle hasta estudiar el artículo, despierta mucho interés. Comentarios como que “estaría muy bien” o “es muy interesante” se repiten. Pero, al rascar, salen algunos posibles puntos que deben ser aclarados antes de echar las campanas al vuelo. Uno es la especificidad, que de verdad una vacuna que estimule anticuerpos contra ese epítope sirva para todas las gripes; otra, la potencia de la respuesta inmune que se consiga; también está la duración de su efecto. “Las vacunas actuales protegen durante seis u ocho meses”, explica uno de ellos. “Si la nueva funcionara igual, no evitaría que hubiera que vacunarse cada año. Eso sí, se podría fabricar en serie, lo que ahorraría costes”, dice, “porque no habría que desarrollar una inmunización nueva cada año”. Y esto puede jugar en su contra, advierte. Porque si se consigue, beneficiará aun laboratorio —el que tenga la patente—, pero perjudicará a todos los demás.
En cualquier caso, es un riesgo futuro. Antes hay mucho que hacer. Así que este invierno habrá que vacunarse otra vez. Concretamente, contra los virus A/California/7/2009 (H1N1), el A/Victoria/361/2011 (H3N2), y el a B/Wisconsin/1/2010. Puestos a poner nombres, ¿por qué quedarse cortos?
FTE: El Pais
jueves, 9 de agosto de 2012
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